Repentina embestida

Es de madrugada, las calles duermen. No consigo que me entre sueño. Dejo escapar un suspiro de resignación. De manera repentina, ante mí se aparece un monstruo, me mira a los ojos. Me dispara palabras sin descanso. La velocidad con la que habla no me deja distinguir con claridad... ¿son reproches?,
¿son sucesos?, ¿son rumores?...¿son delirios?
Aprieto fuerte los puños, mi inquietud se desborda. Mi pecho tiembla con cada respiración, lo hace tan fuerte que se desliza por mis brazos, llega a mis manos. Trato de concentrarme en algo, miro la televisión, pero no encuentro nada que me distraiga. 
No consigo ahuyentar a esa bestia. Siento vértigo, se abalanza sobre mí, me agrede, la puedo sentir muy adentro. 
La angustia nace en mi vientre, y se propaga por mi cuerpo, como si fuera un volcán en erupción. Ya no tengo ningún tipo de control. Siento un intenso miedo, no sé que va a pasar a continuación. Soporto como puedo ese instante, estoy mareada, mi respiración entrecortada, mi cuerpo no para. Presiento que algo terrible va ocurrirme, me encuentro al borde del desmayo. 





De manera súbita, la bestia va retrocediendo, pero no lo hace completamente. Se transforma, embiste manipulando mi pensamiento. Me convierte en un mar de culpa. Ahora el monstruo me critica, me desprecia, se ríe en mi cara... tiene como objetivo destruir mi confianza.

Me preparo una infusión de hierbaluisa. Enciendo una barrita de incienso, me concentro en el olor a jazmín. A continuación, me siento en la hamaca, inquieta trato de hacer ejercicios de respiración. 
Aun no me sereno. Intento detener esas tóxicas ideas, no lo consigo del todo, miro por la ventana. Necesito una distracción. Aunque es muy tarde, veo una joven pareja en un portal, comiéndose a besos. Se apartan por un momento, un chico se acerca paseando su perro.
Vuelvo a tomar un sorbo de la taza, cierro los ojos, me siento más calmada. 
En la tele una señora revuelve unas cartas. Me llama la atención, se ve muy maquillada y con voz estridente, describe una estafa. 
Sin darme cuenta, recobro la normalidad, el ansia ha desaparecido. 
Vuelvo al sosiego, me siento en calma. Me pregunto por qué y cómo he llegado a encontrarme con esa bestia. Caigo en la cuenta, que mi cabeza llevaba días preocupada, aunque hoy no pensé a penas en eso. Quizás, fue eso... hoy bajé la guardia... Apago el televisor, me voy a la cama. 
Tumbada de costado, abrazo fuerte la almohada. Un sentimiento de vulnerabilidad me acompaña.Cierro los ojos, trato de conciliar el sueño. Mientras, pienso en que debo abastecerme de armas. Debo hacer frente a esa bestia desalmada.  


PESPUNTE

Sentir un ataque de pánico, se parece a entrar en una escena de irrealidad sin ningún control. El cuerpo y la mente, son difíciles de manejar. Suelen presentarse de manera inesperada. Los  síntomas físicos son desmesurados, causan un intenso malestar y parecen no acabar jamás.  Y cuando se cree estar a salvo, suele aparecer alguna emoción negativa (rabia, tristeza, frustración, culpa,...)

El estrés del día a día junto a las preocupaciones de la vida, van sumando ansiedad. La prevención es una poderosa arma. Procurar hacer actividades placenteras, compartir preocupaciones, practicar deporte y/o algún tipo de ejercicio mental (meditación, relajación) 
Dedicarse tiempo uno mismo, genera bienestar y pensamiento positivo, algo necesario para conseguir equilibrio emocional y personal. 

Aún así, si la ansiedad te ataca. Quizás te ayude a soportar esa embestida: cerrar los ojos, contar las respiraciones y pensar que ese mal momento está cerca de detenerse. 
De igual manera, si esa bestia te ataca a menudo, y sientes no tener estrategias. Pregúntate seriamente, si necesitas ayuda para hacerle frente. No está de más, consultar a un experto.

La ansiedad, tiene el poder de hacerte tu presa, trabaja y batalla para que no regrese, no te dejes encarcelar por ella. 

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