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jueves, 30 de julio de 2015

Mirarte

Acudiste a mí, perdida. Sobraban las palabras, solo te abracé fuerte y permití que fluyeras en inquietante drama. Tras la calma que siempre proporciona liberar el llanto, ahora descansas abatida sobre mi regazo. 

Ahora que estás calmada, sosegada y frágil. Acaricio tu pelo y pienso en susurrarte sinceras palabras de aliento. 
Mi niña que acudes a mí, tras otra sacudida imprevista. Protegerte es una respuesta incompleta, quisiera que fueras capaz de verte con mis ojos. Si tú te vieras como yo lo hago, tus miedos se harían pequeños y a tus temblorosas piernas les acompañarían siempre unos firmes pasos.

Mi dulce, soñadora, inquieta, guerrera y tenaz, niña. Verías que tú regalas alegría con gesto delicado. Dejarías atrás las amargas lágrimas, dibujarías una eterna sonrisa en tu rostro si te vieras... como yo lo hago.
Renuevas el aire a tu paso, decidida, natural, a veces te permites ser encantadoramente traviesa. Entregas tu alma sin condiciones, no puedes evitarlo así danzas con la vida, aunque te arrepientas en ciertas ocasiones.

Aquí a mi lado, ya respiras con serenidad, aunque  tus mejillas siguen enrojecidas. No puedo evitar entregarte mis brazos mi niña insegura, estás asustada.
Miro tus ojos, que son el ejemplo de la constante lucha. Me remueve, me entristece que no sepas quien realmente eres.

Sigo llamándote niña, no puedo remediarlo, aunque sé que ya eres una mujer, que esconde y también derrama mil encantos. Admiro tu fuerza y ese sutil descaro. Me hechiza tu perversa sonrisa después de algún alocado comentario. Eres fuente de interminable inspiración, jamás olvides que mirarte causa una infinidad de impactos. 

Ahora que guardamos un reparador silencio tras mi espontáneo murmullo, dejan de importar las palabras. Nos dedicamos una cómplice mirada, registra en lo más profundo este instante, mi niña. 
Aunque no seas capaz de verte, como yo lo hago. No olvides que siempre seré tu refugio, jamás olvides que te acompaña mi fiel abrazo. Dispuesta siempre a recordarte lo auténtica que eres, jamás olvides que estaré muy cerca, ante todo no olvides que me encanta... mirarte. 

jueves, 16 de julio de 2015

El rincón del escaparate


Caminaba deprisa como de costumbre, esquivando la multitud de personas que paseaban despreocupadas. Me detuve un instante a contemplar un escaparate de una pequeña tienda. El lugar evocaba algo especial, un acogedor entorno familiar. Me llamó la atención una muñeca de trapo. Su cabello peinado con un gran moño gris y sobre su vestido  blanco un delantal de cuadros. En su cara aniñada, brillaban unas gafas doradas que acababan de darle un aspecto de entrañable anciana. 
Sobrecogida, me quedé largo rato observando esa muñeca, no podía acabar de creer lo que veía... era  una réplica casi exacta de una muñeca que tuve de niña.
Sin pensarlo entré para preguntar por ella, necesitaba comprarla. Tras el mostrador, un joven distraído envolvía una escultura de un dragón negro. 
- Disculpa, casi he terminado, te atiendo enseguida.- me dijo amablemente.



Me entretuve observando los objetos. En el comercio, se exhibían artículos de un estilo particular, algunas obras artesanas y objetos con aire de los años 50.  Me quedé observando una pintura preciosa, los rostros de cuatro ninfas de cabellos coloridos, representaban las cuatro estaciones. Me quedé mirando el rostro del invierno, sus ojos eran tan reales, parecían de hielo. 

- Perdona la espera, pero no está en venta. - me interrumpió del trance el dependiente. 

- No, no estoy interesada en el cuadro, en realidad...
- Lo sé, te interesa la muñeca que está en la  vitrina- me dijo él antes de pudiera terminar. 
- Pero... ¿cómo?... - balbuceé, sin entender lo que pasaba. 
- Lo sé, te interesa la abuelita del escaparate. Lo he sabido desde que te detuviste ante el aparador. 
- Disculpa, pero no entiendo cómo has podido saberlo... es imposible que conozcas mi interés, es algo...
- Personal- terminó él, la frase. 

Un escalofrío nacía en mi interior, cobrando cada vez más intensidad. Perpleja, miraba a aquel desconocido durante unos segundos, era incapaz de articular palabra. Él seguía ante mí, mirándome inmóvil y con una expresión de calma que me desconcertaba. Un instante, realmente extravagante, con un gesto dubitativo fui dirigiéndome a la puerta en silencio. Seguía mirándome, yo no sabía qué decir, no entendía quien era esa persona, andando despacio hacia atrás me vi de nuevo en la calle. 

Tardé varias semanas en pasar por delante de aquel lugar. Era un día húmedo, cuando inconscientemente volví a caminar por mi habitual trayecto. No pude evitar pararme ante la tienda y me sorprendí al ver que la muñeca no estaba. Al principio,  sentí tristeza,  pero una furia interior se desató y entré decidida a desahogarme. 
El dependiente,  me hizo un gesto de calma y me dijo :
- Te dije que no estaba a la venta,  y es cierto.  Pues ese rincón del escaparate siempre ha estado vacío. Solo refleja un olvidado objeto,  que es importante recordar para ti en este instante.  Y si no me crees,  intenta pensar que has estado haciendo estos últimos días.

No pude contestar,  pues me quedé inmóvil al recordar que había estado pasando por la residencia.  Había ido a visitar a mi abuelo con más frecuencia, desde que evité pasar por delante de esa tienda. 


Cuando pude articular palabra acerté a preguntarle en un tartamudeo:

- Tú tú...  ¿qui quién eres? 
-¿Quién sabe? ¿quizás el destino?¿Quizás el futuro? En el fondo no importa - respondió con una estremecedora sonrisa, desapareciendo tras la trastienda. 



PESPUNTE:

¿Qué verías tú en ese rincón del escaparate? Quizás haya algo importante que debas recordar antes que sea tarde



jueves, 9 de julio de 2015

En el cuarto cerrado

Nora ya peinaba canas, pero seguía aferrada a una ilusión pasada. Cada viernes noche, seguía la misma rutina sin variar ni un ápice. La soledad era su compañera de hogar desde hacía varios años. Nora era mujer de vida sencilla y se permitía más bien pocos caprichos, pero la noche del viernes era diferente, era su momento. 
A pesar de haberse prejubilado, Nora mantenía una vida muy activa. Colaboraba en el comedor social del barrio. Era voluntaria en la antigua biblioteca donde ayudaba a los chicos en sus tareas. Era una apasionada del arte, organizaba talleres de dibujo y pintura en el local social. El último año, había descubierto una nueva afición, la jardinería. Pasaba las mañanas ornamentado su jardín y había iniciado un nuevo proyecto, un pequeño huerto. 
Nora, era una mujer respetada por la comunidad por su larga trayectoria profesional. En aquel pueblo tan pequeño, todos la recordaban como la más afable enfermera que había pasado por el ambulatorio. Mientras trabajaba, siempre regaló palabras de consuelo y sonrisas a sus enfermos. Sus vecinos, siempre la invitaban a las comidas familiares, en el fondo sentían lástima de que esa señora entrañable estuviese completamente sola.

Los viernes, Nora se regalaba un instante de soledad, se convertía en alguien tan diferente a los ojos de los demás. Llegaba sobre las siete a casa y su sagrado ritual era lo único que le importaba. Antes de empezar, desconectaba el teléfono, y bajaba todas las persianas. Primero disfrutaba de un baño reparador, mientras bebía la primera copa de vino tinto. Después del remojo, se envolvía en un albornoz gris que le quedaba excesivamente grande. Cubierta por la penumbra y descalza llegaba a la cocina y se preparaba algo para picar. Sirviéndose una segunda copa se dirigía a la habitación del fondo, esa que sólo se abría los viernes. 






Cuando entraba, no sabía como separar sus recuerdos de sus fantasías. Ella que poseía un talento natural cuando usaba el color en sus pinturas. En ese cuarto, a escondidas, Nora dibujaba retratos, retratos que jamás había mostrado a nadie, retratos con solo tres colores blanco, rojo y negro. Pues el sentimiento que desprendía esa persona, le había teñido el corazón de gris y en su garganta había dejado un perpetuo sabor a sangre. 
Cuando preparaba el lienzo, siempre derramaba una lágrima, la primera de esa noche. El primer trazo con el carboncillo siempre era tembloroso y tenía que repasarlo varias veces hasta conseguir una consistente textura. Indecisa de como iba a ser su nueva obra, se inspiraba mirando los demás retratos. Dejaba un momento el carboncillo y paseaba lentamente por el cuarto, copa en mano. Siempre se detenía ante el primer cuadro que dibujó, acariciaba con dulzura las mejillas de ese rostro que la miraba de frente. Le parecía increíble que ya hubiesen pasado 33 años.
Enseguida volvía al trabajo, su mente nublada profundamente por esas intensas emociones. Trazaba esas facciones casi con los ojos cerrados. Había memorizado cada peca, cada hoyuelo y esa sonrisa llena de vida. Dibujaba la misma cara, con expresiones distintas, con diferentes perfiles, pero siempre la misma. Cuando terminaba el trabajo de sombrear, miraba un instante el lienzo y abría la nevera que estaba al lado de la cama. Allí, bien conservada, guardaba lo poco que le quedaba ya de él. Abría un frasquito y después de oler su interior, depositaba con cuidado una cuajada gota en su dedo pulgar. Mojaba un palillo en agua primero, y cuando su pulso volvía a ser firme escribía con minúscula caligrafía la fecha y el nombre de su único amor. Así terminaba siempre esos cuadros,  rematados en rojas letras . Apuraba otra copa de vino, y se quedaba observando esos rasgos sobre el lienzo: su pelo, sus labios, sus pestañas... era el momento más delicado, decidir el veredicto. Pues si el resultado la hacía sonreír, colgaría el cuadro en la pared. En cambio, si al mirar el cuadro, sentía de nuevo el desgarro, apilaría el cuadro sobre el resto de inútiles retratos.


Otra noche Nora terminó aturdida por el vino, mirando dubitativa el rostro de su único amor. Dio un profundo suspiro de decepción, dejó el retrato en el suelo junto a los demás. Cuando quiso servirse otra copa de vino, vio que la botella rodaba vacía por el suelo. 
Eran más de las tres de la madrugada, abatida por el llanto, embriagada por el tinto, y con un familiar sabor metálico en la boca se dirigía hacia la cama. No olvidaba el último paso de su ritual, antes de cerrar con llave la habitación del fondo, lanzaba un amargo beso al aire. En su interior albergaba la esperanza de que ese gesto de calor llegara hasta él. Se despedía otro viernes de su único amor, su brutalmente asesinado hijo.  


jueves, 2 de julio de 2015

Miradas en el espejo

Era un acto social de mero compromiso. Leyre había acudido por la insistencia de su hermana, Martina. Le insistió en que se estaba aislando del mundo después de la enfermedad, que debía seguir adelante con su vida y relacionarse más. Su hermana se mostró inflexible y con un persistente tono, Leyre acabó por aceptar que  era lo que más le convenía. En el fondo, no lo hizo por los argumentos de Martina, si no porque sabía que si asistía a la boda, tendría un poco de espacio para respirar, su hermana dejaría de estar pendiente de ella, al menos por un tiempo.
Haciendo de tripas corazón, acudió al evento en el que se sentía  completamente fuera de lugar. Llevaba todo el día evitando quedarse demasiado rato con sus familiares. Una situación verdaderamente paradójica, pues ese escenario le permitía poco margen de huida.

Después del interminable banquete, empezó de verdad la fiesta. Los invitados se trasladaron a la gran terraza junto a la piscina. La gente se aglomeraba ante la barra libre y la música sonaba, para su gusto demasiado alta. Leyre se sentó agotada, tiró los zapatos bajo el banco y sintió cómo la fría piedra aliviaba sus doloridos pies. Se sentía incomoda enfundada en un llamativo vestido color burdeos. La falda era algo vaporosa pero el cuerpo era muy ceñido. Colocó en su sitio el escote, que era demasiado generoso y ya le había jugado alguna mala pasada. Maldijo interiormente ponerse ese descarado vestido, no era para nada su estilo. Miró hacia su hermana y le dedicó una falsa sonrisa.  

Se quedó distraída, observando cómo los demás bailaban, reían y charlaban. Apuraba el segundo gin-tonic y sopesaba  escabullirse hasta el coche para buscar el calzado de repuesto, o quizás huir a casa para espachurrarse en chándal en el sofá... 
Mientras estaba perdida en esos pensamientos, sintió un respingo interior, un impulso que dirigió su mirada a un chico que acababa de llegar. Lo vio y le pareció atractivo, interesante y curiosamente familiar. El chico caminaba con seguridad, atravesó la pista de baile y se unió saludando de forma efusiva al grupo que estaba apalancado en la barra principal. 

Como un acto reflejo, Leyre se calzó de nuevo los tacones, ajustó bien las hebillas y con paso más firme del que esperaba, se acercó a bailar con su hermana y sus primas. 
Ahora su posición, le permitía verle mejor. No había reconocido a ese hombre porque no vestía sus habituales tejanos y camisetas coloridas. Estaba convencida que era el chico con el que coincidía a veces en la tetería, El Rincón de Nadie. 
Sin duda era él,  ese chico con el que había compartido un té, una tarde de lluvia hacía pocos días. Era Víctor. 
Mientras bailaba con sus primas, desinhibidas por el alcohol. Iba buscando su mirada. 

Víctor, había pedido una copa y charlaba animado con el grupo de los amigos del novio. Mientras comentaba que la guardia en el hospital había sido de traca, una niña que saltaba alocadamente cayó ante él. Cuando él se giró para ayudarla, se fijó en una chica que bailaba despreocupada, pero insinuante. Se quedó sorprendido al descubrir de quien se trataba, sonrió y se dirigió sin pensarlo a la pista, dejando la conversación a medias.

Leyre trataba de disimular su inquietud, había visto que él se acercaba, bailaba y trataba de cantar a pleno pulmón. Pero en realidad, su voz dejaba en el aire un leve temblor, sentía derretirse a cada paso que él daba. 
La canción estaba terminando cuando él llegó hasta ella. Torpemente se dieron un par de besos, intercambiaron las referencias sobre la boda, hablaron de lo pequeño que es el mundo y de que se sorprendian por haberse encontrado en ese lugar.

Empezó a sonar la melodía sugerente de  Royals, de Lorde mientras charlaban. Casi de forma natural, se encontraron bailando juntos. Sus cuerpos buscándose cada vez más, Leyre contoneaba sus caderas entregada al estribillo y se mordía lentamente el labio tras cada "Let me be your ruler". Las manos se entrelazaban y se soltaban, sus miradas pícaras, sus bocas se aproximaban y alejaban seductoramente, susurrando el estribillo al unísono. El baile, subía de intensidad a cada paso, buscaban el pecado. En cada giro, él la apartaba, para darse un respiro. La música les había llevado a entrelazar sus piernas, él la apretaba contra su pelvis. Leyre que a penas sostenía la mano sobre su fuerte hombro, ahora se agarraba con ambas manos a su cuello. Hundía la cara en su pecho y miraba decidida hacía sus labios. Antes de dar el primer paso, él la estrechó fuerte y la besó suavemente. Sonrieron nerviosos. El siguiente beso fue profundo, necesitados de aliento respiraban de la boca del otro. La temperatura de sus cuerpos se elevaba tras cada roce de cadera, tras cada cruce de lengua, tras cada mirada insaciable . 
Leyre se detuvo en seco, le miró decidida y le cogió fuertemente de la mano. Se escabulleron del bullicio de la fiesta, hacia el restaurante desierto. Atravesaron varios salones, hasta llegar a los baños más apartados. 
En el baño de señoras, había un tocador de aire retro en el que las paredes lucían empapeladas de oro y púrpura. Las lámparas de luz tenue iluminaban un gran diván enfundado en cuero negro. Justo delante de ellos, un espejo de cuerpo entero vestido con un clásico marco dorado.

Nerviosa, Leyre corrió el cerrojo del tocador y empujó a Víctor sobre el diván, a horcajadas se sentó sobre él. Se devoraban a besos, sus manos chocaban deseosas, ansiosas buscando otra piel. 

Ella algo torpe,  le quitó las gafas empañadas y cambió de postura. Ahora se había sentado sobre él dándole la espalda. Víctor empezó a bajarle la cremallera del vestido,regando a la vez de besos su desnuda espalda.  Escalofríos descendían por la columna de Leyre que morían dulcemente entre sus piernas.  
Levantó su vista, y descubrió que Víctor la miraba a través del espejo. Ella algo indecisa al principio, mantuvo el duelo de esa pícara mirada.
No creía estar en esa situación, jamás había hecho algo parecido. Pero ese hombre hacía que se sintiera como una diosa dispuesta a entregarse. 
Leyre notó que Víctor había perdido su otra mano bajo la falda. A lo lejos se oía música y bullicio. Estaban solos, el tiempo detenido por sus respiraciones, ahora jadeantes, y atentos a una única cosa, una mirada compartida en un espejo.

Víctor seguía jugando bajo su falda,  cuando sintió  ese espasmo que la hizo mirar al techo. Al fin, Leyre quedó rendida ante el placer, dejando huir sus miedos con él. 







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