Miradas en el espejo

Era un acto social de mero compromiso. Leyre había acudido por la insistencia de su hermana, Martina. Le insistió en que se estaba aislando del mundo después de la enfermedad, que debía seguir adelante con su vida y relacionarse más. Su hermana se mostró inflexible y con un persistente tono, Leyre acabó por aceptar que  era lo que más le convenía. En el fondo, no lo hizo por los argumentos de Martina, si no porque sabía que si asistía a la boda, tendría un poco de espacio para respirar, su hermana dejaría de estar pendiente de ella, al menos por un tiempo.
Haciendo de tripas corazón, acudió al evento en el que se sentía  completamente fuera de lugar. Llevaba todo el día evitando quedarse demasiado rato con sus familiares. Una situación verdaderamente paradójica, pues ese escenario le permitía poco margen de huida.

Después del interminable banquete, empezó de verdad la fiesta. Los invitados se trasladaron a la gran terraza junto a la piscina. La gente se aglomeraba ante la barra libre y la música sonaba, para su gusto demasiado alta. Leyre se sentó agotada, tiró los zapatos bajo el banco y sintió cómo la fría piedra aliviaba sus doloridos pies. Se sentía incomoda enfundada en un llamativo vestido color burdeos. La falda era algo vaporosa pero el cuerpo era muy ceñido. Colocó en su sitio el escote, que era demasiado generoso y ya le había jugado alguna mala pasada. Maldijo interiormente ponerse ese descarado vestido, no era para nada su estilo. Miró hacia su hermana y le dedicó una falsa sonrisa.  

Se quedó distraída, observando cómo los demás bailaban, reían y charlaban. Apuraba el segundo gin-tonic y sopesaba  escabullirse hasta el coche para buscar el calzado de repuesto, o quizás huir a casa para espachurrarse en chándal en el sofá... 
Mientras estaba perdida en esos pensamientos, sintió un respingo interior, un impulso que dirigió su mirada a un chico que acababa de llegar. Lo vio y le pareció atractivo, interesante y curiosamente familiar. El chico caminaba con seguridad, atravesó la pista de baile y se unió saludando de forma efusiva al grupo que estaba apalancado en la barra principal. 

Como un acto reflejo, Leyre se calzó de nuevo los tacones, ajustó bien las hebillas y con paso más firme del que esperaba, se acercó a bailar con su hermana y sus primas. 
Ahora su posición, le permitía verle mejor. No había reconocido a ese hombre porque no vestía sus habituales tejanos y camisetas coloridas. Estaba convencida que era el chico con el que coincidía a veces en la tetería, El Rincón de Nadie. 
Sin duda era él,  ese chico con el que había compartido un té, una tarde de lluvia hacía pocos días. Era Víctor. 
Mientras bailaba con sus primas, desinhibidas por el alcohol. Iba buscando su mirada. 

Víctor, había pedido una copa y charlaba animado con el grupo de los amigos del novio. Mientras comentaba que la guardia en el hospital había sido de traca, una niña que saltaba alocadamente cayó ante él. Cuando él se giró para ayudarla, se fijó en una chica que bailaba despreocupada, pero insinuante. Se quedó sorprendido al descubrir de quien se trataba, sonrió y se dirigió sin pensarlo a la pista, dejando la conversación a medias.

Leyre trataba de disimular su inquietud, había visto que él se acercaba, bailaba y trataba de cantar a pleno pulmón. Pero en realidad, su voz dejaba en el aire un leve temblor, sentía derretirse a cada paso que él daba. 
La canción estaba terminando cuando él llegó hasta ella. Torpemente se dieron un par de besos, intercambiaron las referencias sobre la boda, hablaron de lo pequeño que es el mundo y de que se sorprendian por haberse encontrado en ese lugar.

Empezó a sonar la melodía sugerente de  Royals, de Lorde mientras charlaban. Casi de forma natural, se encontraron bailando juntos. Sus cuerpos buscándose cada vez más, Leyre contoneaba sus caderas entregada al estribillo y se mordía lentamente el labio tras cada "Let me be your ruler". Las manos se entrelazaban y se soltaban, sus miradas pícaras, sus bocas se aproximaban y alejaban seductoramente, susurrando el estribillo al unísono. El baile, subía de intensidad a cada paso, buscaban el pecado. En cada giro, él la apartaba, para darse un respiro. La música les había llevado a entrelazar sus piernas, él la apretaba contra su pelvis. Leyre que a penas sostenía la mano sobre su fuerte hombro, ahora se agarraba con ambas manos a su cuello. Hundía la cara en su pecho y miraba decidida hacía sus labios. Antes de dar el primer paso, él la estrechó fuerte y la besó suavemente. Sonrieron nerviosos. El siguiente beso fue profundo, necesitados de aliento respiraban de la boca del otro. La temperatura de sus cuerpos se elevaba tras cada roce de cadera, tras cada cruce de lengua, tras cada mirada insaciable . 
Leyre se detuvo en seco, le miró decidida y le cogió fuertemente de la mano. Se escabulleron del bullicio de la fiesta, hacia el restaurante desierto. Atravesaron varios salones, hasta llegar a los baños más apartados. 
En el baño de señoras, había un tocador de aire retro en el que las paredes lucían empapeladas de oro y púrpura. Las lámparas de luz tenue iluminaban un gran diván enfundado en cuero negro. Justo delante de ellos, un espejo de cuerpo entero vestido con un clásico marco dorado.

Nerviosa, Leyre corrió el cerrojo del tocador y empujó a Víctor sobre el diván, a horcajadas se sentó sobre él. Se devoraban a besos, sus manos chocaban deseosas, ansiosas buscando otra piel. 

Ella algo torpe,  le quitó las gafas empañadas y cambió de postura. Ahora se había sentado sobre él dándole la espalda. Víctor empezó a bajarle la cremallera del vestido,regando a la vez de besos su desnuda espalda.  Escalofríos descendían por la columna de Leyre que morían dulcemente entre sus piernas.  
Levantó su vista, y descubrió que Víctor la miraba a través del espejo. Ella algo indecisa al principio, mantuvo el duelo de esa pícara mirada.
No creía estar en esa situación, jamás había hecho algo parecido. Pero ese hombre hacía que se sintiera como una diosa dispuesta a entregarse. 
Leyre notó que Víctor había perdido su otra mano bajo la falda. A lo lejos se oía música y bullicio. Estaban solos, el tiempo detenido por sus respiraciones, ahora jadeantes, y atentos a una única cosa, una mirada compartida en un espejo.

Víctor seguía jugando bajo su falda,  cuando sintió  ese espasmo que la hizo mirar al techo. Al fin, Leyre quedó rendida ante el placer, dejando huir sus miedos con él. 







Comentarios

  1. Precioso, evocador, un baile sensual que invita a otros momentos. Me ha gustado mucho.

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  2. Respuestas
    1. Es cierto que a veces... piensas si las casualidades son solo eso... o pueden ser algo más. Gracias por tu comentario, un saludo

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