En el cuarto cerrado

Nora ya peinaba canas, pero seguía aferrada a una ilusión pasada. Cada viernes noche, seguía la misma rutina sin variar ni un ápice. La soledad era su compañera de hogar desde hacía varios años. Nora era mujer de vida sencilla y se permitía más bien pocos caprichos, pero la noche del viernes era diferente, era su momento. 
A pesar de haberse prejubilado, Nora mantenía una vida muy activa. Colaboraba en el comedor social del barrio. Era voluntaria en la antigua biblioteca donde ayudaba a los chicos en sus tareas. Era una apasionada del arte, organizaba talleres de dibujo y pintura en el local social. El último año, había descubierto una nueva afición, la jardinería. Pasaba las mañanas ornamentado su jardín y había iniciado un nuevo proyecto, un pequeño huerto. 
Nora, era una mujer respetada por la comunidad por su larga trayectoria profesional. En aquel pueblo tan pequeño, todos la recordaban como la más afable enfermera que había pasado por el ambulatorio. Mientras trabajaba, siempre regaló palabras de consuelo y sonrisas a sus enfermos. Sus vecinos, siempre la invitaban a las comidas familiares, en el fondo sentían lástima de que esa señora entrañable estuviese completamente sola.

Los viernes, Nora se regalaba un instante de soledad, se convertía en alguien tan diferente a los ojos de los demás. Llegaba sobre las siete a casa y su sagrado ritual era lo único que le importaba. Antes de empezar, desconectaba el teléfono, y bajaba todas las persianas. Primero disfrutaba de un baño reparador, mientras bebía la primera copa de vino tinto. Después del remojo, se envolvía en un albornoz gris que le quedaba excesivamente grande. Cubierta por la penumbra y descalza llegaba a la cocina y se preparaba algo para picar. Sirviéndose una segunda copa se dirigía a la habitación del fondo, esa que sólo se abría los viernes. 






Cuando entraba, no sabía como separar sus recuerdos de sus fantasías. Ella que poseía un talento natural cuando usaba el color en sus pinturas. En ese cuarto, a escondidas, Nora dibujaba retratos, retratos que jamás había mostrado a nadie, retratos con solo tres colores blanco, rojo y negro. Pues el sentimiento que desprendía esa persona, le había teñido el corazón de gris y en su garganta había dejado un perpetuo sabor a sangre. 
Cuando preparaba el lienzo, siempre derramaba una lágrima, la primera de esa noche. El primer trazo con el carboncillo siempre era tembloroso y tenía que repasarlo varias veces hasta conseguir una consistente textura. Indecisa de como iba a ser su nueva obra, se inspiraba mirando los demás retratos. Dejaba un momento el carboncillo y paseaba lentamente por el cuarto, copa en mano. Siempre se detenía ante el primer cuadro que dibujó, acariciaba con dulzura las mejillas de ese rostro que la miraba de frente. Le parecía increíble que ya hubiesen pasado 33 años.
Enseguida volvía al trabajo, su mente nublada profundamente por esas intensas emociones. Trazaba esas facciones casi con los ojos cerrados. Había memorizado cada peca, cada hoyuelo y esa sonrisa llena de vida. Dibujaba la misma cara, con expresiones distintas, con diferentes perfiles, pero siempre la misma. Cuando terminaba el trabajo de sombrear, miraba un instante el lienzo y abría la nevera que estaba al lado de la cama. Allí, bien conservada, guardaba lo poco que le quedaba ya de él. Abría un frasquito y después de oler su interior, depositaba con cuidado una cuajada gota en su dedo pulgar. Mojaba un palillo en agua primero, y cuando su pulso volvía a ser firme escribía con minúscula caligrafía la fecha y el nombre de su único amor. Así terminaba siempre esos cuadros,  rematados en rojas letras . Apuraba otra copa de vino, y se quedaba observando esos rasgos sobre el lienzo: su pelo, sus labios, sus pestañas... era el momento más delicado, decidir el veredicto. Pues si el resultado la hacía sonreír, colgaría el cuadro en la pared. En cambio, si al mirar el cuadro, sentía de nuevo el desgarro, apilaría el cuadro sobre el resto de inútiles retratos.


Otra noche Nora terminó aturdida por el vino, mirando dubitativa el rostro de su único amor. Dio un profundo suspiro de decepción, dejó el retrato en el suelo junto a los demás. Cuando quiso servirse otra copa de vino, vio que la botella rodaba vacía por el suelo. 
Eran más de las tres de la madrugada, abatida por el llanto, embriagada por el tinto, y con un familiar sabor metálico en la boca se dirigía hacia la cama. No olvidaba el último paso de su ritual, antes de cerrar con llave la habitación del fondo, lanzaba un amargo beso al aire. En su interior albergaba la esperanza de que ese gesto de calor llegara hasta él. Se despedía otro viernes de su único amor, su brutalmente asesinado hijo.  


Comentarios

  1. Totalmente desgarrador. Un ritual de lo más solitario, y quizás un poco macabro por lo que guarda en la nevera. Perder a un hijo debe de ser devastador.
    Genial
    Un abrazo.

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    1. El desgarro debe ser insoportable, y la mente puede responder de mil maneras. Gracias Maria por leer y tu comentario, un saludo

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  2. Buff. Siento el frio. Buenísimo!

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  3. Conmovedor, sobrecogedor, desgarrador y sobretodo, brillantemente narrado. Un relato corto sublime, Beatriz. Inquietante de principio a fin y de revelador e inesperado desenlace.
    Saludos, compañera. ;)

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    1. Edgar con tanto cumplido, me dejas sin palabras,... muchísimas gracias. Encantada de que disfrutases del retal, un fuerte abrazo

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  4. ¡Buah! ¡No me esperaba para nada ese Final! O.o
    No sé... Me había imaginado que era un viejo Amor, que le habría hecho daño y se quería vengar o que, por el contrario, había sido Ella quien acabase con su vida... Pero... ¡Nunca habría imaginado que se refería a su hijo!
    Es desgarrador. Sobrecogedor. Y tiene ciertos tintes macabros que no parecer esconder la Tristeza y el profundo Dolor de Nora...
    ¡Besis! ¡Beatriz! ;)

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    1. Camanilla, ni yo misma tenia claro como acabaría cuando lo empecé... pero ese ritual tenía que tener un desgarrador origen. Muchas gracias por pasarte y comentar, nos leemos ...;) besos

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  5. Un relato conmovedor, me llevaba a mi a mi ritual cuando pinto, pero no no pinto sola,jajajaja. Cuando abre la nevera y firma el cuadro con la sangre. ufff lo inesperado es que es sangre de su sangre su hijo. Un saludo

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