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jueves, 29 de octubre de 2015

Arder


Fue inevitable resistirse a esa abismal atracción, esa que deben sentir dos polos opuestos al acercarse. 
Se encontraron una noche, solitarios y abatidos. Posados sobre la misma nube, el cielo estrellado como testigo.
Fueron ángeles compartiendo atribuladas historias, tras gestos de comprensión sobrevino el intercambio de perversas miradas. 

Fueron ángeles que se consumieron en el más candente fuego. Ante una única palabra: deseo. Sus alas les envolvieron en el más oscuro pecado. Desataron un instinto semejante al de dos animales liberados tras largo tiempo enjaulados. 

Fugaces encuentros mitigando los miedos, las ataduras, la moral, la razón. Arder juntos era agradable, era liberador. Sin importar si habría un mañana, solo arder como preocupación. 






Convertidos en ángeles consumidos. Les sacudió el sinsentido, la duda, el desconcierto, la confusión. Un pensamiento inesperado apareció... ¿Y si el fuego encendía el corazón?  Sus alas temblaron al intentar responder esa cuestión. Pues eran demasiados los recuerdos de aquella nube que los encontró, solitarios... abatidos. Aunque libres ardían en el cielo, les atemorizaba ser prisioneros en el abrasador infierno. 

Difícil olvidar... que fueron ángeles aferrados, inundados de miedos y desbordados de magia. Ese es el efímero rastro que dejan a su paso por el cielo, mientras sus alas esperan volar alto de nuevo. 

jueves, 22 de octubre de 2015

Detenerse en el tiempo

Era una costumbre casi enfermiza, cada atardecer se aferraba a la reja de esa ventana abandonada. Contemplaba con melancolía otra puesta de sol, refugiada tras esas paredes desconchadas.

El viento traía consigo recuerdos de las vitales risas, de las cómplices miradas y de los cálidos besos. Ahora nada de eso se podía percibir en el ambiente. Ella se había dejado abrazar por la soledad que habitaba en aquel hogar.

Ella, que tiempo atrás, había mirado a los ojos y besado sin aliento a la más profunda tristeza. Ella que ocultó su sonrisa, en un lugar tan profundo que olvidó el afable calor de su caricia. Ella que fue un torrente de lágrimas, esas que inundaron su alma hasta convertirla en amargura y sal. Ella que tiempo atrás sintió haberse transformado en el retrato del verdadero dolor... 

Ahora era impasible, serena... ya no sentía. Al mirarse reflejada en aquellas ventanas empañadas, tan solo veía el fiel retrato de la decepción. Quizás había sido un error... pensar que un corazón roto dolería. 
Refugiada en su melancolía, sabía que aquello no era dolor. Su pecho ahora, tan solo estaba inundado de un descomunal vacío.

Aunque cada tarde, al caer el último rayo de sol, no podía evitar aquella lágrima que rodaba angustiosa por su mejilla. Recordaba cada una de las caricias olvidadas, recordaba el frío que desprendía su hogar. En el instante en que el sol se ocultaba, solo podía sentir un pellizco en ese maltrecho corazón. Entonces, tan solo pensaba que aunque el mundo seguía pintado en un vivo color allá fuera... Ella... ella había decidido detenerse en el tiempo.



 


jueves, 8 de octubre de 2015

Música en el alma

Una misteriosa noche se detuvo el reloj
de fondo una canción,
un violín medio ahogado, 
toca para dos.

Un desesperado músico
abrazado a la soledad,
entre amargas sonrisas 
entona la melodía que para ella va.

Recuerda como su dorado cabello 
dibujaba grandes ondas de mar.
Verde aterciopelado en su mirada,
su sonrisa de frágil cristal.
Su piel de suave seda
 encerraba un alma de gran bondad,
 Cantaba con voz de sirena
y en su corazón, solo la verdad.

Una cálida tarde de verano, 
lágrimas y sollozos, abrumado
él le dijo un adiós obligado  
el verdugo de la muerte se la llevó.




 Desde entonces, el músico vive en un callejón,
entre partituras rotas
 espejo de su corazón,
recordando que ella partió.


Amargas notas componen su canción
música en el alma de un viejo señor,
anhelante por besar a su amor.
Ella convierte en sombra al sol,
por ella suspira y se lamenta
ella, su única religión.


Ahora tan solo posee un triste violín
y una canción medio olvidada.
En las noches sin fin
cuando ella se asoma a su ventana,
 la mira triste, a la vez feliz,
le dedica una agridulce serenata.


Una lágrima infinita su ángel derramó
y en las noches sin luna
en la ciudad, de día, no brilla el sol.
Cuando los amantes se encuentran
el cielo llora ante el dolor
de esta historia truncada de amor...
La eterna historia del viejo violinista
y el ángel de su corazón.



jueves, 1 de octubre de 2015

Ser princesa

Había sido una tímida niña de dulce sonrisa, pero jamás pretendió ser princesa. Ella se sentía mucho más cómoda enfundada en unos viejos tejanos y en camiseta. Siempre se recogía su melena y pisaba firme, su filosofía era andar por la vida con los pies asentados en el suelo.  

En sus ratos libres era cuando dejaba volar su fantasía, se olvidaba de la realidad zambulléndose en cuentos colmados de magia. Su predilección eran esas historias de corazones intactos en las que la princesa siempre era rescatada. Se deleitaba con esas leyendas sobre princesas a la espera de un beso de amor verdadero de un impetuoso caballero. Alguna vez, estaba bien creer en los finales felices... alimentaban su fe.

Pero ella, jamás se sintió princesa. Cuando se encontraba con algún obstáculo, no esperaba a ser salvada. Sin dudar se arremangaba y buscaba con ahínco una solución, sin desistir fácilmente.
Mil batallas libradas, en su espalda las marcas de las derrotas y  las victorias. En sus ojos se reflejaban a partes iguales las lágrimas vertidas, las gloriosas sonrisas y alguna herida abierta. 
Ella no sabía ser princesa, frágil era una palabra sin cabida. Su coraza se había ido endureciendo por ese empeño que siempre la acompañaba, no claudicar. 


Imagen: Zedge
Fue en su última batalla en la que por primera vez se sintió tambalear, pues ella jamás la pudo librar. Ante ella, un combate sin sentido, estaba sola como de costumbre pero en esta ocasión... desarmada. Desesperó en busca de alguna solución sin hallar resultado alguno. Ante el persistente fracaso, ella por vez primera... se rindió. Arrodillada y derrotada, tan solo deseó con descomunal furia ser princesa, dejarse rescatar. Quiso trenzar su cabello, sentarse en su ventana a esperar. Inmóvil, contemplaba con esperanza la luna noche tras noche. Así pasaron los meses, esperando en aquella ventana... olvidó ser quien era.

Al llegar la primavera,  ella seguía postrada en su ventana.  Aquella parecía una noche más de su reciente amnesia, sus ojos perdidos en la inmensidad de la noche. En el cielo ni una sola nube, centenares de estrellas que acunaban a una majestuosa luna llena. Entonces sin apenas esfuerzo... lo comprendió. Ciertas batallas deben dejarse pasar, pues no era ella quien la debía afrontar.  Suspiró aliviada, miró sus manos, ya no temblaban... Soltó su melena y dejó que el viento la despeinara, en ese mismo instante entendió que seguía siendo aquella terca guerrera. Sintió en lo más profundo de su ser una certeza, ella... ella jamás sería princesa.

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