Ser princesa

Había sido una tímida niña de dulce sonrisa, pero jamás pretendió ser princesa. Ella se sentía mucho más cómoda enfundada en unos viejos tejanos y en camiseta. Siempre se recogía su melena y pisaba firme, su filosofía era andar por la vida con los pies asentados en el suelo.  

En sus ratos libres era cuando dejaba volar su fantasía, se olvidaba de la realidad zambulléndose en cuentos colmados de magia. Su predilección eran esas historias de corazones intactos en las que la princesa siempre era rescatada. Se deleitaba con esas leyendas sobre princesas a la espera de un beso de amor verdadero de un impetuoso caballero. Alguna vez, estaba bien creer en los finales felices... alimentaban su fe.

Pero ella, jamás se sintió princesa. Cuando se encontraba con algún obstáculo, no esperaba a ser salvada. Sin dudar se arremangaba y buscaba con ahínco una solución, sin desistir fácilmente.
Mil batallas libradas, en su espalda las marcas de las derrotas y  las victorias. En sus ojos se reflejaban a partes iguales las lágrimas vertidas, las gloriosas sonrisas y alguna herida abierta. 
Ella no sabía ser princesa, frágil era una palabra sin cabida. Su coraza se había ido endureciendo por ese empeño que siempre la acompañaba, no claudicar. 


Imagen: Zedge
Fue en su última batalla en la que por primera vez se sintió tambalear, pues ella jamás la pudo librar. Ante ella, un combate sin sentido, estaba sola como de costumbre pero en esta ocasión... desarmada. Desesperó en busca de alguna solución sin hallar resultado alguno. Ante el persistente fracaso, ella por vez primera... se rindió. Arrodillada y derrotada, tan solo deseó con descomunal furia ser princesa, dejarse rescatar. Quiso trenzar su cabello, sentarse en su ventana a esperar. Inmóvil, contemplaba con esperanza la luna noche tras noche. Así pasaron los meses, esperando en aquella ventana... olvidó ser quien era.

Al llegar la primavera,  ella seguía postrada en su ventana.  Aquella parecía una noche más de su reciente amnesia, sus ojos perdidos en la inmensidad de la noche. En el cielo ni una sola nube, centenares de estrellas que acunaban a una majestuosa luna llena. Entonces sin apenas esfuerzo... lo comprendió. Ciertas batallas deben dejarse pasar, pues no era ella quien la debía afrontar.  Suspiró aliviada, miró sus manos, ya no temblaban... Soltó su melena y dejó que el viento la despeinara, en ese mismo instante entendió que seguía siendo aquella terca guerrera. Sintió en lo más profundo de su ser una certeza, ella... ella jamás sería princesa.

Comentarios

  1. Precioso relato, lindo. Gracias por compartir.

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    1. Muchísimas gracias por leer mis #retales y por tu comentario, un saludo Pilar

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  2. Hermoso relato Betriz, es emocionante leerlo.

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  3. Hola Beatriz pásate por mi blog te he nominado para el PREMIO BEST BLOG. Un abrazo

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