Inalcanzable

Nunca la vi con otro color, siempre iba de negro. La recuerdo con vestidos vaporosos, de generosos escotes normalmente. Un único adorno se permitía, un intenso rojo en sus labios, que contrastaba fuertemente con su pálida piel y sus ojos azules. 
Nunca la vi acompañada, siempre iba sola. La
recuerdo paseando a sus perros, tomando café, comprando el diario y la recuerdo en la librería abstraída del mundo ojeando los nuevos libros. Era la elegancia en persona, grácil, delicada. También decidida y con un aire de indiferencia hacia los demás sobrecogedor, sin duda era una mujer con carisma.

Nunca la vi expresar alguna emoción, su rostro era impasible. Aunque por donde ella pasaba, sin quererlo, provocaba infinitas reacciones. Muchos la esquivaban al cruzarse con ella, otros bajaban la mirada. Algunos la observaban embelesados, yo era uno de ellos, no podía evitar seguirla con la mirada cada vez que se me aparecía.  Era la más absoluta serenidad, mezclada con la más agónica dureza. 

Esa mujer misteriosa, que vivía a unas casas de la mía, me dejaba hipnotizado tan solo con su presencia. No me atreví jamás a entablar conversación con ella, aunque habíamos cruzado miradas en la librería más de una vez. 
Ella no hablaba con nadie, todos lo decían. Aunque siempre estaba en boca de todos, parece una bruja, es una loca viuda, es una amargada solterona... Yo les escuchaba y no abría la boca, tan solo deseaba conocer su nombre, pero eso era algo que todos desconocían. 
Aquella noche de noviembre regresé muy tarde del trabajo, la calle estaba desierta. Al llegar a la plazoleta la encontré arrodillada y temblando. Miré varias veces para comprobar que mis ojos no me engañaban, llegaba tan agotado que aquella estampa me pareció una visión. 
Sin pensar, me dirigí hacia ella para preguntarle si estaba bien. Ella me miró y balbuceando solo me dijo que no. Instintivamente la cogí en brazos, ella se mostró dócil. En un instante, noté como sus manos se aferraban a mi cuello y con un hilo de voz me suplicaba que la llevara a casa.

Al llegar a la puerta, ella se incorporó bruscamente, cogió las llaves y entró sin más. La sentí alejarse, dejándome con un vacío interior. Me quedé inmóvil delante de esa puerta cerrada, cerré los ojos para detenerme en el instante en el que sentí su respiración sobre mi pecho.  
Un repentino chasquido me distrajo de mi ilusión. Su rostro volvía a ser el de siempre, me miraba fijamente y su mano me tendía una nota manuscrita. La recogí tembloroso y volvió a cerrar la puerta. Mis adormilados ojos se apresuraron a leer sus palabras.

Parecías tan cansado Manuel ...  Pero vi una pregunta en tus ojos. Enid, ese es mi nombre.
Gracias por traerme a casa, buenas noches. 

Una tenue sonrisa se dibujó en mi cara, era inalcanzable y la tuve en mis brazos, esas letras emborronadas eran la prueba. Mientras me dirigía a casa, mi cansancio había desaparecido por completo. Sentía una energía que crecía al recordar que ella nunca hablaba con nadie, pero me regaló su voz en un delirio. De mis entrañas brotaba una profunda satisfacción.. ella me insinuaba que me conocía. Al llegar a casa, ya estaba completamente desvelado, no podría dormir en horas... ella esa noche me confesó su nombre. 

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