Aliento

Aquella tarde soplaba fuerte viento, el sol brillaba y en el cielo las nubes zozobraban inquietas. El paseo marítimo estaba atestado, como de costumbre un domingo por la tarde. Dubitativa me atreví a dar un tímido gesto. Me acerqué y me aferré a su brazo, con el pretexto de resguardarme de aquel incomodo aire. Él lo tomó como un gesto natural,  y me invitó tímidamente  a seguir caminando a su lado.   

Hablaba incrédula y aceleradamente, pero consciente de querer capturar ese instante.  Deseaba congelar el tiempo,   recordar cada minúsculo detalle del momento en el que nos habíamos encontrado,  sin esperarlo. 
Algunos chicos jugaban descamisados a pelota en la playa,  pese al frío. De fondo el mar acompañaba nuestros pasos con su sonoro oleaje. La intensa brisa transportaba las gotas de mar hasta salpicarnos y nosotros tan solo podíamos sonreír.

En un instante después sucedió, me dejé arrastrar al límite del abismo. Paseando unidos, reservados, sin atrevernos siquiera a mirarnos. Fue un segundo en el que nuestros ojos se encontraron. La incertidumbre se diluyó en esa intensa confianza de su mirada.
En ese preciso instante descubrí que había algo en aquellos ojos color avellana. Resultaba imposible encontrar las palabras que transmitan exactamente esa sensación. Difícil explicar la contradicción que causaban.  
Parecía una tarde de invierno más, pero tan solo recuerdo desvanecerme en esa mirada. Sentir estar al borde de un precipicio y al mismo tiempo creer volar.





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