Arrebato

La adrenalina corría por sus venas de una forma incontrolable. ¿Cómo podía sentirse tan viva después de realizar un acto tan atroz? Era un estado tan novedoso de éxtasis y satisfacción, parecía peligrosamente adictivo.
Nada predecía que su día se complicaría de aquella manera, un miércoles cualquiera en el que la aburrida rutina le esperaba. Desde hacía ya unos meses las horas parecían días dentro de la tienda, la clientela había ido disminuyendo considerablemente. No había ayudado que las obras de la avenida se alargaran más de medio año. Un enfrentamiento encarnecido mantenían la asociación de comerciantes y el ayuntamiento.  
Aquella mañana, después de levantar la persiana y volver a limpiar los cristales del polvo levantado por las obras. Se sentó a leer el periódico y tomar el café, poco más hacía hasta que llegara el mediodía, que era la hora más animada de la mañana. 
Un estrepitoso golpe sobre el escaparate la abstrajo de la sección de economía. Al levantar la vista, se quedó atónita durante unos segundos. Como una alucinación, un barullo de cristales y camisetas caían sobre el suelo. Después no podía apartar la mirada de ese camión encastrado en su tienda de deportes. 
Ni un ápice de solidaridad con el conductor, una furia sobrehumana la dominó en segundos. Aquel hombre cincuentón atontado y torpe por el impacto, bajó de la cabina aparentemente ileso. Sin mediar palabra, ella agarró uno de los bates de béisbol de la vitrina. Le asestó el primer golpe sobre la cabeza contusionada, en el segundo golpe el hombre cayó al suelo.  Siguió golpeando el cráneo de aquel pobre despistado, descargando toda su frustración de aquel catastrófico año.
Estaba fuera de sí, un sabor metálico en la boca le hizo ser consciente que estaba cubierta de sangre y que aquel desgraciado estaba en el suelo sin moverse. Fue un instante en el que apreció que su víctima se estaba atragantando en su propia sangre. Le pareció adecuado un acto de compasión y remató la faena. Fríamente recogió un puñado de camisetas del suelo, se agachó y le cubrió la cara haciendo presión. Siguió presionando hasta notar una última sacudida y un cuerpo inerte bajo ella.  
Medir el tiempo de su respuesta le sería complicado, había sucedido todo demasiado deprisa. Había entrado en trance y en un estado de alta excitación. Al girarse vio que una multitud de personas la observaban con cara de incomprensión. Algunos obreros gritaban horrorizados, algunos viandantes  llamaban por teléfono a la policía. 

Ella se levantó, se limpió la sangre de las manos con las camisetas y volvió al mostrador a terminar su café. Encendiéndose un cigarrillo murmuró: 

- Quizás el día se ha vuelto algo más interesante que de costumbre...



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