Diablos


Déjeme ser su pecado, ese murmullo se repetía a menudo en mi cabeza desde aquella noche. Gratamente sorprendida tras el primer encuentro. Su aspecto era despreocupado, a pesar de mostrar una soberana seguridad. Resultaba atractivo y sencillo al mismo tiempo. Su voz segura, prudente y con toque de diablo tentador, su acento sonaba aún más irresistible cuando ponía énfasis en dejar caer algún halago. 
Mi mente se distraía sin evitarlo de la conversación. Travesuras se iban dibujando sin cesar en mi imaginación. Mis muslos se contraían inconscientemente tras cada cruce de miradas seductor. Jugaba a acomodar mi escote, mientras intentaba sostenerle la mirada y seguir el hilo de su voz. 

Mis labios se estremecían en un anhelo, pensaban en rozar esa boca. Empezar lento, muy lento, para después morir en lascivo beso.  
Varias copas y risas después, aún no consigo comprender... Fue en el momento de la despedida, se esfumó por completo mi prudencia. Yo, mujer observadora, que no acostumbro a dar un paso en falso. No quería dejarle ir sin más, mi instinto se abrió paso con una seguridad desconocida y en un salto al vacío, le robé mis anhelos. Él respondió asiéndome con fuerza de la cintura y acercándome a su cuerpo con decisión.  Bastaron esos escasos minutos, para encender mi pasión y despertar esa pícara mirada, esa que reservo en secreto. 

Ese delicioso adiós, nubla mi razón. Sus profundos ojos mirándome hambrientos. Imagino sus fuertes manos aferradas a mi cuerpo. Cierro los ojos y siento su cálida boca recorriendo cada rincón de mi piel, humedeciendo mi deseo.  

Desde ese instante, no cesa el murmullo en mi cabeza... Hágame sentir como un ángel caído, olvidemos juntos los modales y empecemos el perverso juego. Déjeme beber de usted, hasta saciar esta terrible sed. En un susurro, invíteme al pecado, seamos diablos. 



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