Carta a mi no maternidad
Hola, como ya sabes hace tiempo que convivimos, yo me he acostumbrado a tenerte conmigo, diez años dan para mucho. No recuerdo la última vez que hablamos... hoy me decido a exponerte ciertas cuestiones que a mí me han cambiado o simplemente he aceptado de ti.
Mi intuición alimentaba esa incertidumbre, esa que dependía de unas pruebas médicas que jamás pensé afrontar. Después fuiste cierta esperanza, te pusieron nombre endometriosis. ¿lo recuerdas? Yo perfectamente, había una minúscula oportunidad.
No fue así, la esperanza se fundió con el infinito dolor físico y las noches sin dormir.
Me llevaste al quirófano unas diez horas, después de innumerables visitas a urgencias e ingresos hospitalarios. La enfermedad me había lesionado demasiado, quedé quirúrgicamente estéril. Allí nos presentaron oficialmente después de demasiadas idas y venidas.
Llegaste para quedarte conmigo. Lo que al principio fue alivio, por recuperar mi calidad de vida, se convirtió después en una batalla psicológica difícil de gestionar.
El duelo fue de casi dos años, dos años en los que me desvanecí por completo en el dolor de una pérdida aparentemente inexistente. Porque así me hacía sentir mi entorno, como jamás tuve algo no podía sufrir por ello.
Acepté todo lo ocurrido y me propuse emprender una vida sin ser madre, y lo hice sola porque esta situación arrasó también con mi pareja. Analizando todo lo sucedido y las posibles opciones a mi alcance, descubrí tu no habías sido mi gran anhelo. Mi anhelo siempre fue formar una família, creo que esto ya lo sabías.
Después llegaron otros compañeros de viaje como el tabú y la vergüenza.
¿Por qué siguen preguntando por ti? ¿Por qué sigo siendo incapaz de mencionarte y compartirte?
Sigo en un armario emocional cada vez que alguien te menciona, negándote, diciendo que todo esto ha sido una decisión mía. Y si es cierto, fuiste una decisión, pero obligada por una circunstancia, por una enfermedad y por otros sucesos que ocurrieron después en mi vida.
Ahora, después de tanto tiempo, te agradezco que me enseñes aún a quererme primero, a valorar mi salud por encima de los anhelos. Después de tanto tiempo, te agradezco que me obligues a dar ese amor que tenía reservado de otra manera. Que me des libertad de seguir eligiendo hacia donde quiero ir, aunque sabes que ando perdida en la mayoría de ocasiones.
Agradezco que aunque el golpe fue brutal, fuiste concluyente y las esperanzas no me consumieron en un camino aun más incierto.
Agradezco que abrieras mi mente y que mi madurez me haya hecho comprender que ser madre no era lo que pensaba al principio. Porque no soy madre, pero ya no idolatro esa idea, ahora tengo una opinión más cercana sobre lo que supone serlo de verdad. Toda situación tiene su luz y su sombra. Tú y yo lo sabemos de sobras.
Por último, como ya sabes también... Eres mi cicatriz, siempre te he tratado así. A veces, te enrojeces y dueles (aunque ya no de la misma manera) Me obligas a pensar en el futuro, en mi posible legado... Cuando la lección más contundente que me enseñaste es a estar más presente, a pensar en el aquí y en el ahora. Quizás este punto es el que más me cueste todavía de esta convivencia nuestra, así que como ya puedes suponer.... Lo seguiremos hablando.
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