Caer
Caí en un pozo tan profundo y oscuro que perdí la noción del tiempo. Pasaba mis días golpeando la pared, maldiciendo mi suerte, compadeciéndome de mi destino. Sentía tal furia que era incapaz de ver más allá.
Encerrada en ese habitáculo, conviviendo día tras día con mi ira, me sentía prisionera.
Mi condena me parecía eterna, mis puños estaban ya magullados, porque contra la pared seguían golpeando. Deseaba derribar con mis manos el muro, al fin. Y la pared seguía ante mí, no se movía.
Al ver mis manos casi destrozadas, mi voz se alzó en un grito de lamento, de desesperación. Grité, grité y grité. Desquiciada, agitaba mis grilletes. Palabras sin sentido brotaban de mi garganta, vibraban delirantes en el interior de mi celda. Se elevaban y trepaban por los muros.
Desfallecía cada noche, y al principio creía que era un sueño. Pero ahora sé, que la locura vino a visitarme a menudo. Me invitaba insistente, a su fiesta. Yo intentaba seguir golpeando, sin fuerzas contra la fría piedra. Mi voz, quebrada deseaba continuar gritando.
Frustración. Vivía algo que no deseaba, no tuve elección. Día tras día, en un pozo encerrada y olvidada. Mi alma frustrada fue comprendiendo que yo no decidí caer al pozo. Simplemente caí. Y los golpes y los gritos, fueron necesarios al principio, porque me aliviaron, me desahogaron. Pero con el paso de los días, de los meses... se convertían en nuevas heridas que dolían. Dolían cada vez más.
Entonces, mis ojos se inundaron de lágrimas. Lloré, lloré y lloré desconsoladamente. Me sentí tan triste, por verme aún dentro del pozo, sola y herida. Mis lágrimas no tenían fin, se tornaron mar. El pozo empezó a llenarse de amargas lágrimas,no conseguía detenerme, sentía que jamás me detendría, que siempre estaría desconsolada. Entonces, me asusté. Sentía tal pánico, que mi aliento se entrecortaba, necesitaba respirar.
Miré hacia arriba buscando una salida. Pude ver como el cielo azul me acunaba y el sol brillaba con fuerza, allá arriba.
Me sentía algo cegada, por ver al fin algo de luz. Mis débiles ojos se fueron acostumbrando, poco a poco, a la claridad. Fue entonces, cuando acerté a ver cómo algo se movía sobre mi cabeza. Entorné los ojos y vi que era una cuerda, levanté un poco los brazos para alcanzarla. Tiré con desconfianza para comprobar que la cuerda estaba bien sujeta. Tuve miedo, no sabía que habría al otro lado, pero miré mis manos y sequé mis lágrimas. Y empecé a trepar con inseguridad, torpemente. Mis heridas escocían, pero me armé de valor. Trabajé con constancia, poco a poco, descansando pero sin retroceder. Hasta que llegó el día en que alcancé la salida del pozo.
Cuando conseguí poner mis pies en tierra firme después de mucho tiempo, me incorporé y respiré profundamente.
Dudé, pero con temor me asomé solo un instante al pozo que acababa de dejar atrás, suspiré aliviada.Después de tanto tiempo de tormento, sentía algo diferente, noté como brotaba un poco de esperanza en mi interior.
Después de soltar ese lastre, esa carga en la que me había convertido dentro de ese agujero. Había sido capaz de liberarme, con mucho esfuerzo al fin.
Grité y lloré, pero esta vez era alegría,era euforia, era libertad, era esperanza.
Me incorporé, con ilusión sentí el sol en mi rostro. Cerré los ojos y dejé que esa agradable sensación me inundara. Me decidí a mirar qué tenía ahora a mi alrededor. Las cosas, a simple vista, no parecían haber cambiado demasiado.Aunque ahora los colores, sí parecían tener otro brillo.
Mis ojos observaban todo, como si fuera la primera vez. Mis pies firmes se abrían paso ante un nuevo estado, dejando en el recuerdo ese pasado. Miré al cielo, alzando mis brazos y dejé que el viento acariciara mis libres manos. Descubrí que nuevos caminos me esperaban, ahora sí estaba dispuesta a volver empezar.
Sin palabras
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