Sed de ella

De un largo trago, acabo mi copa. Le hago un gesto al camarero, de nuevo, necesito saciar esta sed. He llegado demasiado pronto, llevo más de una hora esperando, no podía aguantar más la espera. Ahora sé que falta poco para que aparezca, lo intuyo. Mentalmente trato de construir frases coherentes, aun no tengo claro como empezaré mi discurso, pero hoy he decidido dar este paso. Imagino su cara sorprendida, trato de creer en que irá bien, pero mi inseguridad crece con cada pensamiento. 

Me pierdo un instante, unos ojos verdes, me miran fijamente al final de la barra. No creo que sea capaz de entender como me siento en este momento. He callado tanto... mi silencio ahora son cadenas que  inmovilizan mis pasos, oprimen mi pecho y envenenan mis labios.
La observo detenidamente mientras se acerca. Se ha puesto "esos" tejanos y la blusa estampada de violetas, esa que deja al descubierto un sugerente hombro. Adoro esos taconazos negros, elevan sus interminables piernas, me detengo en sus caderas. El brillo de su pintalabios cubre el fruto que me incita al pecado. 
Un escalofrío recorre maliciosamente mi vientre. Nos imagino como dos almas libres, sin importar el mañana. Desearía que las reglas no existieran, transformar este concurrido lugar en el escenario de nuestra lujuria. Sentir que, ella, es mi único abrigo en un día frío de enero.  Hablarnos con dificultad por un aliento entrecortado,  aferrarnos a ese intenso calor, ese tipo de calor que solo se siente piel contra piel. 

Ella camina rompiendo el suelo. A cada paso, su media melena se balancea con gracia. Me ha visto, se dirige hacia mi mesa acortando la distancia. Yo, siento estar lejos de aquí, en una distancia insalvable de esta realidad. El espacio se reduce, sigo dudando. Nos miramos fugazmente, yo lo hago con deseo, quiero pensar que ella lo hace de la misma forma. Me sonríe, me besa delicadamente en las mejillas. Antes de pedirle algo al camarero, me suplica trasladarnos a la terraza, se muere de ganas de apurar la luz del día, además en el bar estrenan nuevas butacas. 
Le concedo su entusiasmada petición. Ella me aprieta la mano, tras de sí me arrastra entre la multitud que nos ha ido rodeando.
Al llegar nos sentamos en la mesa más apartada. Compartimos un breve instante de trance observando, a lo lejos, el romper de las olas.
Nos interrumpen al traernos las copas.
La conversación empieza con insignificantes detalles, repasamos los últimos días sin encontrarnos.
Disimulo mi intensa inquietud, me esfuerzo en reprimir un impulso de morderle el labio. 

Me muestra ilusionada fotografías de un concierto. La presiento dubitativa en sus posteriores palabras. Salgo de mi distracción al observar la última imagen. No puedo creer lo que me enseña, un vuelco en el corazón que se transforma en dolor. 
Ella se incomoda, lo puedo sentir. Me explica que hace pocos meses que ocurrió, que no sabia como decírmelo, pero que se siente dichosa. 
No atino a decir algo coherente, me quedo observando esa foto en la que besa y abraza a otra persona. Ella sigue parloteando y deslizando su dedo por el móvil. Yo no dejo de culparme por mi cobardía.  Regreso al presente, la detengo repentinamente. La peor posibilidad se revela ante mis ojos. Sin ninguna duda, reconozco a la otra chica, se trata de Ester, su ex. 

Ante semejante estampa, me hallo desorientada, temerosa. Me acerco y le doy un simulado abrazo de aprobación.
Brindamos por la noticia y apuro mi copa, que deja un sabor amargo en mi boca. Resignada a permanecer deseándola en la sombra, seguiré, sedienta de ella. 





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