Naufragio

Cierras los ojos tan fuerte, que en el fondo de esa oscuridad puedes ver ese color que tiñe tu alma.  Es un rojo intenso y vivo,  que brota de tus heridas abiertas. 
Piensas a borbotones,  ahogándote en cada reproche. Incapaz de cambiar tu forma de actuar,  que no reconoces... te volviste torpe e indecisa. Estás perdida en ese mar y sientes errar ante todo.
 
Abres los  ojos y ves su fuego, te paralizas admirando su calor. Arde más deprisa de lo que puedes asimilar, te quema intenso y consume tus entrañas. Ya solo puedes permanecer inmóvil, dejarle arder hasta que te convierta en ceniza.

Mientras te derrites, te sientes demasiado vulnerable. Te maldices, te reprochas...¿Por qué mi alma tiene ese color? Recuerdas entonces... eres herida abierta. 


Sobreviviendo al naufragio, temblando en ese mar teñido de sangre, desorientada y sin brújula. Deseando agarrarte con fuerza a la vida. Pero ahora, sabes que no puedes ofrecer esa salvación a nadie que no seas tú misma. La culpa te acompaña, te sientes... frágil. 

Agitas tus manos y desgarras tu garganta. En el fondo, ansías sanar tu alma en su perverso regazo. Quieres ser tú quien le arda,  quien le fulmine en una mirada, ser tú quien le haga cenizas. Desnudarte de miedos,  abrazar el instante, renacer, ser diferente.

De repente su fuego se apaga,  no entiendes lo que pasa. Te sorprendes mirando las brasas, te descolocas, te sientes de nuevo aturdida. Esa última sacudida te deja de nuevo confundida, pues no sabes si derramar lágrimas por perder otra vez, o suspirar profundamente... aliviada por dejar de arder. 
Solo aciertas a mirar de reojo a esa última rebelde brasa. Esperando si, el tiempo que ahora  necesitas, la consumirá del todo o la volverá a encender de nuevo de ese color que tiñe tu alma.



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