Instantes
La ciudad tenía otra magia de madrugada, lo descubrimos juntos por casualidad. Se estaba volviendo una costumbre pasear y charlar a aquellas horas. Esa noche empezó a llover cuando llegábamos a la calleja del medio.
Son cuatro gotas pensamos, pero en solo unos minutos nos encontramos bajo la tormenta. En un instante se desató una fuerte tempestad, se apagaron todas las farolas. Los relámpagos azulaban los edificios y los truenos estremecían los cristales.
Nunca me gustaron las tormentas, me hacían sentir insegura, vulnerable, fuera de control. Me miraste y te diste cuenta al instante de mi incomodidad. Hiciste un gesto indeciso, por un segundo creí que me rodearías con el brazo. En aquel callejón, en la más absoluta oscuridad agarraste fuerte mi mano, yo asustada, me acerqué más a ti. Cuando solo un centímetro nos separaba... creí rendirme, pero mi mente frenó a mis labios que morían por respirarte.
Nos resguardamos de la lluvia bajo los balcones, agarrados de la mano y en silencio. Mi cuerpo se volvió incontrolable temblor. Ignorabas que la tormenta de verdad en ese momento, era yo. Mi cabeza estaba a punto de estallar por esa tensión. Tú aparentabas estar sereno, pero sentía el ritmo acelerado de tu respiración. De vez en cuando nos tranquilizabas con un firme apretón. Los dos guardando silencio, encontrando nuestras miradas tras cada resplandor.
El viento alejó la tempestad, la lluvia caía más calmada. Entonces, me miraste con esos familiares ojos de niño travieso y enseguida te entendí. Sin soltarnos la mano, corrimos y saltamos bajo la lluvia hasta llegar a la plaza, el lugar en el que nos decíamos adiós. Empapados nos miramos y estallamos en carcajadas. Nos despedimos otra vez con un abrazo, esta vez ese momento fue más prolongado, más confiado. Dos besos en la mejilla, después un susurrado adiós... hasta el próximo paseo.
Arrepentimiento serían mis sueños esa noche, pensé, pues jamás estuvimos tan cerca... Pero en realidad fueron cálidas sonrisas, las que rondaron mi almohada esa madrugada . Sin saberlo esos noctámbulos encuentros, me daban razones para creer de nuevo en mí. Me abrazaste de palabras mostrándome lo más reservado, razones suficientes para atreverme a creer en ti.
Al cubrirme con las sábanas, tan solo se dibujaba una imagen en mi cabeza. Nos recordaba confiados y prudentes bajo la tormenta. Soñé feliz, te sentía de verdad a mi lado. Ahora, la vida se detenía en esos instantes.
Son cuatro gotas pensamos, pero en solo unos minutos nos encontramos bajo la tormenta. En un instante se desató una fuerte tempestad, se apagaron todas las farolas. Los relámpagos azulaban los edificios y los truenos estremecían los cristales.
Nunca me gustaron las tormentas, me hacían sentir insegura, vulnerable, fuera de control. Me miraste y te diste cuenta al instante de mi incomodidad. Hiciste un gesto indeciso, por un segundo creí que me rodearías con el brazo. En aquel callejón, en la más absoluta oscuridad agarraste fuerte mi mano, yo asustada, me acerqué más a ti. Cuando solo un centímetro nos separaba... creí rendirme, pero mi mente frenó a mis labios que morían por respirarte.
Nos resguardamos de la lluvia bajo los balcones, agarrados de la mano y en silencio. Mi cuerpo se volvió incontrolable temblor. Ignorabas que la tormenta de verdad en ese momento, era yo. Mi cabeza estaba a punto de estallar por esa tensión. Tú aparentabas estar sereno, pero sentía el ritmo acelerado de tu respiración. De vez en cuando nos tranquilizabas con un firme apretón. Los dos guardando silencio, encontrando nuestras miradas tras cada resplandor.
El viento alejó la tempestad, la lluvia caía más calmada. Entonces, me miraste con esos familiares ojos de niño travieso y enseguida te entendí. Sin soltarnos la mano, corrimos y saltamos bajo la lluvia hasta llegar a la plaza, el lugar en el que nos decíamos adiós. Empapados nos miramos y estallamos en carcajadas. Nos despedimos otra vez con un abrazo, esta vez ese momento fue más prolongado, más confiado. Dos besos en la mejilla, después un susurrado adiós... hasta el próximo paseo.
Arrepentimiento serían mis sueños esa noche, pensé, pues jamás estuvimos tan cerca... Pero en realidad fueron cálidas sonrisas, las que rondaron mi almohada esa madrugada . Sin saberlo esos noctámbulos encuentros, me daban razones para creer de nuevo en mí. Me abrazaste de palabras mostrándome lo más reservado, razones suficientes para atreverme a creer en ti.
Al cubrirme con las sábanas, tan solo se dibujaba una imagen en mi cabeza. Nos recordaba confiados y prudentes bajo la tormenta. Soñé feliz, te sentía de verdad a mi lado. Ahora, la vida se detenía en esos instantes.
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