Desde las entrañas
Miraba las llamas como hipnotizada, mientras encendía otro cigarro. Ya había perdido la cuenta de cuánto tiempo llevaba allí sentada, fumando y removiendo las ascuas de la candela. El calor la reconfortaba, aunque se sentía con la cabeza a punto de rebosar. Trataba de organizar pensamientos, pensaba en todo y a la vez, no pensaba en nada.
Sus ásperas manos temblorosas, era algo a lo que ya se había acostumbrado. Mostraban imborrables huellas del arduo trabajo.
¿Qué había pasado? La vida, se dijo. Había pasado la vida ante sus ojos y ella se sentía mera espectadora. Decepción, frustración eran la recompensa de haber puesto todo su corazón en un escenario erróneo.
Su mayor miedo paralizaba sus pasos, creía que ya era tarde para cambiar algo.
En ese instante, sonó el teléfono y se conectó con el mundo. Al otro lado una familiar voz quebrada que le requería consejo y consuelo. A pesar de sentirse incapaz de dárselo de verdad, hizo lo que había aprendido: estar ahí para los demás.
Al principio, se limitó a escuchar sosegada. Tras una breve pausa, de su garganta brotaron palabras del alma, esas que se diría a ella misma en ese preciso momento. Esas palabras que esperó recibir para sí misma en demasiadas ocasiones.
Así era, lo había comprendido y así seguiría. A la espera de alguna minúscula muestra sincera de afecto, ese afecto que ella rebosaba en cada uno de sus actos.
Decepción y frustración eran injusta recompensa. Fracaso era una sensación que a veces sentía demasiado dentro, tatuada a fuego en su pecho. En sus ojos, lágrimas congeladas durante demasiados inviernos.
En su corazón albergadas llagas sangrientas, cicatrices y una inexplicable dosis de esperanza.
Ella que se encontraba perdida en laberintos ajenos y luchando a su vez en interna batalla. Tras esa mente siempre inquieta, un cuerpo paralizado que miraba al cielo anhelando recibir un más que merecido cariño.
Esos instantes crueles de soledad ante la lucha eran necesarios. A pesar de creer desfallecer habían hecho que aún siguiera en pie. Olvidó en ese camino algo importante, de esa cruda manera, construyó lo que realmente hoy es: un alma guerrera. Ahora tan sólo necesitaba... volver a creer.
¿Qué había pasado? La vida, se dijo. Había pasado la vida ante sus ojos y ella se sentía mera espectadora. Decepción, frustración eran la recompensa de haber puesto todo su corazón en un escenario erróneo.
Su mayor miedo paralizaba sus pasos, creía que ya era tarde para cambiar algo.
En ese instante, sonó el teléfono y se conectó con el mundo. Al otro lado una familiar voz quebrada que le requería consejo y consuelo. A pesar de sentirse incapaz de dárselo de verdad, hizo lo que había aprendido: estar ahí para los demás.
Al principio, se limitó a escuchar sosegada. Tras una breve pausa, de su garganta brotaron palabras del alma, esas que se diría a ella misma en ese preciso momento. Esas palabras que esperó recibir para sí misma en demasiadas ocasiones.
Así era, lo había comprendido y así seguiría. A la espera de alguna minúscula muestra sincera de afecto, ese afecto que ella rebosaba en cada uno de sus actos.
Decepción y frustración eran injusta recompensa. Fracaso era una sensación que a veces sentía demasiado dentro, tatuada a fuego en su pecho. En sus ojos, lágrimas congeladas durante demasiados inviernos.
En su corazón albergadas llagas sangrientas, cicatrices y una inexplicable dosis de esperanza.
Ella que se encontraba perdida en laberintos ajenos y luchando a su vez en interna batalla. Tras esa mente siempre inquieta, un cuerpo paralizado que miraba al cielo anhelando recibir un más que merecido cariño.
Esos instantes crueles de soledad ante la lucha eran necesarios. A pesar de creer desfallecer habían hecho que aún siguiera en pie. Olvidó en ese camino algo importante, de esa cruda manera, construyó lo que realmente hoy es: un alma guerrera. Ahora tan sólo necesitaba... volver a creer.
Hermoso relato, realidad vivida muchas veces por valientes guerreras. Adelante siempre no podemos pasarnos la vida esperando a que los demás hagan por nosotros lo que nosotros hacemos. Mejor, esperar lo inesperado...
ResponderEliminarBesos Beatriz!!
Muchas gracias por tus palabras, me alegra que disfrutaras de mis letras. Un besazo
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